El
segundo obstáculo insuperable fue la comida, invariable, igual, constante. En
los primeros tiempos, apenas entrábamos al refectorio, un alumno trepaba a una
especie de púlpito, y así que atacábamos la sopa, comenzaba con voz gangosa a
leernos una vida de santo, o una biografía de la Galería Histórica Argentina,
siendo para nosotros obligatorio el silencio y, por tanto, el fastidio. No
puedo vencer el deseo de dar una idea sucinta del menú; lo tengo fijo, grabado
en el estómago y el olfato.
Dentro
de un líquido incoloro, vago, misterioso, algo como aquellos caldos
precipitados que las brujas de la Edad Medía hacían a media noche al pie de una
horca con un racimo, para beberlo antes de ir al sabbat, navegaban audazmente
algunos largos y pálidos fideos. Un mes llevé estadística: había atrapado tres
en treinta días , y eso que estaba en excelentes relaciones con el
"grande" que servía, médico y diputado hoy, el Dr. Luis Eyzaguirre,
uno de los tipos más criollos, y uno de los corazones más bondadosos que he conocido
en mi vida.
Luego,
siempre flotando sobre la onda incolora, pero siquiera en su elemento, venía un
sábalo, el clásico sábalo que muchas veces, contra nuestro interés positivo,
había muerto con dos días de anticipación.
En
seguida, carnero. Notad que no he dicho cordero; carnero, carnero respetable,
anciano, cortado en romboides y polígonos desconocidos en el texto geométrico,
huesosos, cubiertos de levísima capa triturable, y reposando, por su peso
especifico, en el fondo del consabido líquido, que para el caso se revestía de
un color parduzco: Cuando Eyzaguirre hundía la cuchara en aquel mar, clavábamos
los ojos en la superficie, mientras hacíamos el tácito y rápido cálculo sobre a
quién tocaría el trozo saliente. De ahí amargas decepciones y júbilos
manifiestos.
Hacía
el papel de "pieza de resistencia" un largo y escueto asado de
costillas, cubierto de una capa venosa impermeable al diente. Habíamos corrido
todo el día en el gimnasio, éramos sanos, los firmes dientes estaban habituados
a romper la cáscara del coco y triturar el confite de Córdoba, el sábalo había
tenido un éxito de respeto, debido a su edad; sin embargo, ¡jamás vencimos la
córnea defensa paquidérmica del asado de tira!
Cerraba
la marcha, con una conmovedora regularidad, ya un plato de arroz con leche, ya
una fuente de orejones.
La
leche, en su estado normal, es un elemento líquido; ¿por que se llamaba aquello
"arroz con leche"? Era sólido, compacto, y las moléculas,
estrechándose con violencia, le daban una dureza de coraza. Si hubiéramos dado
vuelta a la fuente, la composición, fiel al receptáculo no se habría movido,
dejando caer sólo la versátil capa de canela. En general, el color del orejón
tira a un dorado intenso, que se comunica al líquido que lo acompaña. Además,
es un manjar silencioso. Aquí no solo afectaba un tinte negro y opaco, sino
que, arenoso por naturaleza, sonaba al ser triturado.
¡Luego
al gimnasio, a correr, a hacer la digestión!
Juvenilla .Miguel Cane Argentino
No hay comentarios:
Publicar un comentario